Autora: Marta Rizo / Testimonio

Algunas reflexiones sobre los feminicidios en Ciudad Juárez


Soy Marta, tengo 33 años y nací en Barcelona (España). Crecí en una ciudad pequeña cercana a Barcelona, Rubí. Mi infancia se desarrolló en un ambiente izquierdoso, algo hippie (mis papás se conocieron en una comuna) y de tolerancia y libertad. Desde pequeña, me enseñaron a valorarme y a valorar a las personas, independientemente de su género, clase social, país de origen, etc.

Llegué a la ciudad de México el 26 de septiembre del año 2001. Previamente, en noviembre del año 2000, estuve en México durante dos semanas para asistir a un congreso de la entonces denominada Red de Investigación y Comunicación Compleja. Mi primer contacto con México fueron mis colegas de la Red, a quienes conocí –primero- vía internet. Durante esa primera visita corta, no tuve mucha oportunidad de conocer a fondo la ciudad, de adentrarme en ella, de interactuar lo suficiente con las y los mexicanos. Me llevé una idea general del D. F.: una ciudad de contrastes, una ciudad que genera amor u odio –nunca deja a nadie indiferente-, una ciudad muy muy grande en comparación al lugar del que yo venía, una ciudad con mucha gente, mucho tráfico, mucho ruido, pero también una ciudad que no dormía, una ciudad llena de vida, una ciudad amable, fuerte, menos caótica de lo que por su tamaño y población pensé que sería. Y sí, me encariñé con México y con las y los mexicanos. Sentí el deseo de descubrir más de la ciudad y su gente. Y así fue como un año después llegué a México, a incorporarme a un grupo de investigación en la Universidad Iberoamericana. Para vivir, contaba con una beca bastante miserable (no llegaba a 3,000 pesos al mes), pero salí adelante y tengo muy buenos recuerdos de aquellos primeros momentos de lucha por estar bien lejos de mi país de origen, lejos de mi familia, lejos de mis amigos y amigas, etc. Recuerdo que llegué a vivir a casa de un buen amigo, Pepe, quien fue muy insistente en comentarme las dificultades de la ciudad, el cuidado que debía yo tener al subirme a un taxi o al transporte público, la recomendación de no salir sola en las noches, y un largo etcétera que no quiero nombrar ahora para no extenderme de más e ir directa al grano.

Tuve –y tengo- la fortuna de tener muchos amigos y amigas con quien contar, pero admito que en esencia soy bastante solitaria, sociable pero amante de la soledad y la tranquilidad que ésta me da. Ello me hizo vivir siempre en una suerte de equilibro entre el tener mucha gente a mi alrededor –cuando así lo deseaba- y el estar sola –también cuando quería-. Agradezco ambas posibilidades. Mis amigas siempre me comentaron –desde mi primera visita a México- que era muy difícil ser mujer en México, que acá imperaba el machismo, que éramos vistas como objetos y que, por todo lo anterior, tenía que tener mucho cuidado. Además, yo tenía otra característica que podía serme perjudicial: ser extranjera. Entonces, como mujer joven y extranjera, debía –me decían mis amigas- ir con mucho cuidado al moverme sola en la ciudad. Todo lo que me comentaron lo tomé primero al pie de la letra, pero poco a poco –en unos pocos meses- me fui sintiendo cómoda y dejé de ir con más cuidado del necesario en cualquier otra ciudad del mundo. Sentí que no podía vivir en un lugar en el que no me sintiera tranquila y feliz. Claro, hubo varios episodios muy desagradables que viví como mujer (tener que soportar palabras obscenas de desconocidos, toqueteos en el metro, etc. algo que desafortunadamente hemos vivido si no todas, casi todas las mujeres que vivimos en esta impresionante ciudad). Pese a ello, decidí que me quedaría en México, y así fue: mi beca concluyó en octubre de 2002 pero me quedé acá. No tenía trabajo (más que algunos cursos que impartía en Veracruz los fines de semana), pero tenía algo de ahorros que me permitían sobrevivir unos tres o cuatro meses sin problema. Y algo dentro de mí me animaba a quedarme, sintiendo que encontraría un trabajo que me permitiría estar bien, más estable económicamente.

La primera imagen que tengo de Ciudad Juárez es la de una ciudad fronteriza extraña, distante, desconocida para mí. Tuve la oportunidad de viajar un tiempo a Tijuana durante poco más de un mes a inicios del año 2002. Nunca había estado en una ciudad fronteriza, y me pareció sumamente interesante conocer de cerca cómo se vive en la frontera. ¡Y no cualquier frontera! Estando en Tijuana me interesé por conocer algo más de la frontera entre México y Estados Unidos, y las dos ciudades que más nombraron mis amistades tijuanas fueron Mexicali y Ciudad Juárez. Mexicali, por un asunto más geográfico que social (es una ciudad que está bajo el nivel del mar); y Ciudad Juárez, sí, por la situación terrible que vivían –y viven- las mujeres. Por mi mente no cabía nada similar a una ciudad donde matan a las mujeres, no podía entender que eso pudiera suceder. Claro está, me faltaba –y me sigue faltando- información de contexto del país, de las relaciones entre México y Estados Unidos, y un largo etcétera. Información que, sin embargo, tampoco me ayudaría a entender esta situación que, por decir lo menos, es incomprensible, intolerable, repugnante, terrible en cualquier contexto en que se dé, y más terrible aún en el contexto de un supuesto “Estado de Derecho”.

Con el paso del tiempo, el asunto de las mujeres en Ciudad Juárez seguía siendo noticia. Qué terrible que a veces sólo nos enteremos de los hechos si aparecen en televisión o en la prensa. “Las muertas de Juárez”, así era nombrado el terrible acontecimiento que seguía día con día, mes con mes, año con año. Y que sigue ahora, y que si el gobierno sigue sin hacer nada, y los asesinos siguen impunes, seguirá en un futuro. Acudí a varias marchas en la Ciudad de México en apoyo y solidaridad con las madres de las mujeres asesinadas. Y lo más importante, tuve la oportunidad de viajar a Ciudad Juárez, a dar unos cursos a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez durante los años 2005, 2006 y 2007. Tengo amigas y amigos allá. Muchas de ellas ya no viven en Ciudad Juárez, decidieron cruzar “al otro lado” y viven, como muchas y muchos juarenses, en El Paso, Texas. Cuando estuve en Juárez no sentí miedo, más bien sentí rabia, dolor, enojo, coraje, impotencia. Hablé con muchas mujeres, todas ellas tenían algún caso cercano que contar relacionado con los asesinatos de mujeres. Seguía sin entender por qué. Y me planteaba, y planteo, algunas preguntas: ¿por qué mueren asesinadas –a manos de hombres- mujeres, casi siempre jóvenes, en Ciudad Juárez? ¿Por qué sólo mujeres? (Aclaro que la pregunta anterior no implica que me pareciera “mejor” que también murieran hombres, pero sí me parece importante que nos preguntemos, por qué sólo mujeres, por qué). ¿Qué reciben a cambio los asesinos? ¿Y el gobierno y la policía, coludidos con los asesinos? ¿Qué podemos hacer para cambiar esta situación? El cambio debe ser estructural, no puntual. Con la detención de los asesinos, el descubrimiento de todas las instancias coludidas, la pena de cárcel para muchos de los implicados, etc., no se regresará la vida de los centenares de mujeres asesinadas. Es necesario, por tanto un cambio de fondo. Pero, ¿cómo lograr este cambio en un contexto general en el que las mujeres –cualquier mujer- sufre cotidianamente la violencia en sus diferentes vertientes (psicológica, física, simbólica, laboral, económica, etc.)? ¿Cómo revertir la situación de millones de mujeres que luchan por ser reconocidas en el espacio que habitan y que ellas mismas construyen? ¿Cómo conseguir la tan nombrada equidad si sigue habiendo impunidad para quienes –desde su ser hombre, macho, poderoso- hacen lo que les place con las mujeres?
La situación es muy complicada y no me viene a la mente nada más que desazón, enojo y malestar, por todas las mujeres que han sufrido y siguen sufriendo la violencia, que muchas veces termina en asesinato –como en Ciudad Juárez y muchos otros lugares de la República- pero que otras veces permea silenciosamente la vida de estas mujeres. Y el silencio, siempre, siempre, hace daño. Es hora de hablar, y en voz alta, muy alta.




Marta Rizo
Aunque nació en Cataluña, ha adoptado a México como su segunda patria. Es comunicóloga y académica de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México; actualmente es la Coordinadora del Plantel Centro Histórico de esa universidad. Co-autora de Historia de la Comunicología posible (2008), Manual de Comunicación intercultural (2008); y autora de La comunicación interpersonal. Introducción a sus aspectos teóricos, metodológicos y empíricos (2006 y 2009).