La muerte no tiene tiempos verbales
aunque los dedos del pie tienen comas
y el pelo tiene temporadas
en los que crece crece
esperando a ser despuntado
mientras su cabeza se sacude
de oración a oración.
de semillas de sangre
y moscas, buitres sobre
Su ojo que nada
en el cielo suspendido del polvo
escalando hacia tonos azules.
cambian de posición.
no hay descanso.
las heridas florecen
y pierden sus pétalos.
un cuchillo, un pene, abre las rodillas,
los tobillos en la tierra que no perdona.
como un niño con una paleta,
buscando un ritmo
para su pelota roja.
El cuerpo de la muerte no tiene tiempos verbales.
devorado por adverbios
disparado por expletivos
los cuchillos mezclan las sombras
hasta que sus tobillos se acomodan
detrás de sus rodillas.
dulce ave negra
una gota de sangre
debajo de cada ala
desplegándose.
la palabra duerme entre
sus hombros
del color del maíz
fijado sobre su hombro
por una costurera
que lleva puesto el rostro de su madre.
dicen las tijeras.
Nancy Ryan
Versión al español: Pilar Rodríguez Aranda
ORIGINAL EN INGLÉS:
Death Has No Tenses
though toes have commas
and hair has seasons
growing down down
waiting to be trimmed
while her head tosses
from prayer to prayer.
Humming birds feed
on blood seed
and flies, vultures on
Her eye swimming
in the dust’s suspended sky
scaling for shades of blue.
the sleepless
change positions.
there is no rest.
wounds bloom
and lose their petals.
a knife, a cock, spread knees,
heels on the unforgiving earth.
her heart bounces off itself
like a child with a paddle,
finding a rhythm
for its red ball.
Death’s body has no tenses.
eaten by adverbs
fired by expletives
knives mix shadows
until her heels fit
behind her knees.
sweet black bird
a drop of blood
under each wing
spreading.
the word sleeps between
her shoulders
the color of corn
fixed at her shoulder
by a seamstress
that wears her mother’s face.
the scissors speak.
Nancy Ryan
Nancy Ryan, age 79, lives off the grid, on a windy cusp of Tres Orejas in Northern New Mexico with husband, Jim, 17 year old big black Bella cat, gardens beset, and the spirit of her dog, Annie, whose pale shadow brings poems to seed all droughts. In her youth, Nancy’s poems appeared in Antaeus, The Paris Review and Open Places.
Nancy Ryan y Pilar Rodríguez Aranda, Nuevo México 2009 |